Gente que anda - El Blog de Jaime Galán
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Gente que anda

caminar

Como yo no soy de los que se fuman un puro sentados mientras ven cómo llueve mierda, los momentos de inactividad me descentran bastante. Es un hecho recurrente en mi vida, tengo que hacérmelo mirar. Harto de ver y escuchar desgracias, he optado por el apagón digital y analógico y me he echado a la calle a andar, como hace tanta gente. Necesito movimiento más allá del ajetreo y el estrés diario propio de las obligaciones laborales y sociales.

Debo reconocer que el mero hecho de calzarse las deportivas y el pantalón corto ya es un subidón en sí mismo. Por un lado, me libera del yugo del calcetín diplomático y los incómodos zapatos y por otro me hace sentir un deportista, un tío con hábitos saludables.

Bajar las escaleras y encontrarse con algún vecino que te vea vestido de esa guisa no es plato de buen gusto, máxime cuando intuyes en su mirada lo que al susodicho se le pasará por la cabeza: “otro gilipollas que se cree Forrest Gump”. Aunque no lo quiera, este pensamiento será recurrente durante toda mi caminata, pero como soy un valiente, inicio mi ruta sin desánimo.

A los trescientos metros ya noto los beneficios implícitos del ejercicio moderado. El aire puro entra en mis pulmones y a cada inhalación y exhalación me siento liberado en cierto modo de la contaminante atmósfera de la ciudad que me abrasa durante el día. 

Al kilómetro ya comienzo a cavilar, mi mente ha dejado de estar relajada. ¿Qué coño estoy haciendo? Tengo que hacerme la cena, preparar la comida para mañana, limpiar el piso, recoger la ropa, jugar con mi gata, revisar el correo. Mañana me levanto a las seis, son las nueve y media de la noche y estoy aquí andando hacia ninguna parte. Además, si sigo recto tendré que pasar por casa de mi cuñado y si nos vemos me dará la chapa con el puto fútbol y las putas cotizaciones de las acciones de su raquítica cartera, que es de todo menos óptima.

Así que opto por cambiar de rumbo y girar al Este. Pero si sigo este camino llegaré al deprimente polígono lleno de yonkis y putas que a buen seguro me ofrecerán algo que no quiero aceptar. Reduzco el ritmo, intento calmarme. Norte y Este descartados. Si tomo dirección Sur volvería a mi casa y sería de gilipollas si hace diez minutos que he salido de allí. Decido tomar sentido Oeste, sí, mucho mejor. Llegaré al centro, tomaré las callejuelas y saldré al parque, es la mejor opción. 

Ya en el centro, me cruzo con la mujer de mi jefe, que también va en chándal y con deportivas y nos saludamos levantando la cabeza, sin pararnos. Creo que a este gesto lo deberían declarar patrimonio inmaterial de la humanidad, no hay mejor manera de decirle a la otra persona que le tienes un asco inmenso reconociendo la reciprocidad del sentimiento, pero sin ofender ni caer en lo desagradable.

Llego al parque y me siento en un banco a contemplar el paisaje. Los niños juegan en los columpios mientras los padres consultan el móvil compulsivamente, a la espera de recibir algún WhatsApp que les ilumine la cara o les alegre el día, así están las cosas. Veo también a personas mayores conversando relajadamente, a una señora apoyada en un bastón que a buen seguro le compró alguno de sus hijos o hijas interesadas por su salud, o quizás se lo compró ella misma, qué cojones; no sé por qué no paro de hacer estas elucubraciones continuamente.

Reemprendo la marcha, ya llevo una hora andando, no está nada mal. En una de estas, me cruzo con una cuarentona (lo digo con un desdén propio de un veinteañero, y estoy más cerca de los cincuenta, qué asco doy cuando pienso así) Nuestras miradas se cruzan por un instante y no puedo dejar de elucubrar otra vez sobre las motivaciones que la impulsan a salir a caminar. Y pienso que lo hace porque está hasta el coño de aguantar a sus hijos y al imbécil de su marido. Que está cansada de preparar comida que luego nadie prueba o a lo sumo lo hace con desgana y sin remordimientos. Hasta el moño de no salir de casa más que para ir a comprar y de esperar al fin de semana para ir a tomarse algo al bar de siempre, dónde se cruzará con la misma gente de siempre y hablarán de las mismas gilipolleces de siempre. Hasta los ovarios de tener que leerse el Best Seller de moda, el que le han dicho que lea, y de ver de un tirón las series y películas que están disponibles en las veinte plataformas a las que están suscritos, como Dios manda. 

O quizás nada de esto sea cierto, lleva una vida feliz y completa y simplemente camina por gusto. O a lo mejor estoy proyectando en ella mis frustraciones y complejos y soy yo quien necesita una motivación para salir a caminar, porque no me soporto en la inactividad, porque necesito acción y movimiento para no sentirme como un trapo cuando la quietud y el silencio lo invaden todo mientras afuera llueve mierda.

Llego a casa y me derrumbo. La próxima vez intentaré hacerlo sin fantasear, dejaré la mente en blanco y centraré la atención en mis pasos, no sin antes dejar de admirar a la gente que camina sin propósito ni excusa, a la gente que simplemente sale a andar.

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