La Cabina - El Blog de Jaime Galán
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La Cabina

cabina

La foto de la cabina desprende un halo de fin de una era. La de la espera y la paciencia, en contraposición con la inmediatez que nos proporciona el Smartphone, que siempre está disponible para nosotros o nosotros para él, según se mire, cada vez más esto último que lo primero, para eso lo han diseñado. Esclavitud tecnológica de bolsillo y para todos los públicos, un hito universal.

Y el fin de de la comunicación oral, porque antes se hablaba por teléfono, se comunicaba una noticia, una situación o un sentimiento y podíamos anticipar la naturaleza del hecho solo por el tono de voz de nuestro interlocutor. Y a través de ese interfono, como una banda sonora humilde y sin pretensiones, se oían las sirenas de las ambulancias, el claxon del coche llevado por un conductor impaciente, la madre regañando al niño movidito y el señor que vendía los ajos dejándose la garganta, dando por supuesto que su público objetivo era el colectivo de los sordos.

Pero ya no hablamos, no nos llamamos. Preferimos enviar un mensaje de texto por alguna de las múltiples apps que nos meten sabia y sigilosamente por el culo, con nuestro beneplácito por supuesto, porque en última instancia damos el consentimiento expreso a la extirpación de nuestra privacidad. E invertimos minutos y horas buscando ese emoticono que exprese de la manera más sintetizada y certera posibles esa especie de sentimiento o emoción que queremos transmitir, pero sin sobrepasarnos, no sea que alguien lo tergiverse o malinterprete y nos metamos en un barrizal de malentendidos y posteriores justificaciones que tendremos que dar enviando otro emoticono que clarifique la situación. 

Y así, sumidos en este bucle absurdo y angustioso, no caemos en la cuenta de que las sirenas, los cláxones, las madres trastornadas, los niños inquietos y el vendedor de ajos simplemente ya no existen, porque no hay icono que los represente, o están en otro plano existencial colgando de un hilo, como lo hace el triste auricular que algún día fue testigo de historias banales o de cosas importantes.

 

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