30 Sep Lo sabemos todo
No hace tanto, cuando vivir consistía en apurar los minutos de un día sin pensar en el siguiente y reflexionar no era un verbo que acostumbrábamos a conjugar, existían momentos de etérea felicidad o desconocimiento. Era el tiempo de la incerteza del futuro y de lo imprevisible y parecía que nada estaba predeterminado. Hasta que la afilada espada de la objetividad nos abrió la cabeza y nos dejó tocados. Tocados de muerte.
Para nosotros todo es lo que parece. Como a Malcom McDowell en la Naranja Mecánica nos abrieron los ojos a propósito para no volver a cerrarlos jamás. Y esta visión tan certera de la realidad, por sincera y objetiva, duele tanto como podrían hacerlo los anclajes metálicos que tiran de los párpados.
Cuando parece que nos vamos acostumbrando, surge algo que nos supera. Hemos aprendido a convivir con la desilusión y el pesimismo, porque si creyéramos en el destino volveríamos a quedarnos ciegos, y eso a estas alturas ya es imposible. Cuando ya hemos visto todo lo que había que ver y las pruebas son irrefutables, no podemos esperar nada de la vida más que dejarla fluir y eso es un don al alcance de unos pocos elegidos. Es como estar muerto.
Ni siquiera nos molestamos en buscar el origen de este mal y mucho menos en hallar la solución. Somos réplicas de nosotros mismos el día anterior en un entorno hostil y perjudicial para nuestro precario estado vital. Dónde a los demás el agua les acaricia el rostro, a nosotros nos llueven cristales y las marcas que nos dejan las partículas de vidrio duelen más por dentro que por fuera. Van calando como la humedad y nos convierte en moho.
A todos los efectos, representamos una amenaza, nadie quiere cuentas con nosotros ni viceversa. Hemos visto tanto que ya sabemos demasiado, somos un peligro, una plaga a extinguir. Nos dejaríamos aniquilar a cambio de un segundo de incerteza o de inseguridad. Venderíamos nuestras almas por una sorpresa, por algo imprevisible o circunstancial que rellenara el hueco que deja la carcoma que nos devora a cada segundo.
Si decimos negro y nos venden blanco seguirá siendo negro porque tenemos el don de la precisión, desquiciamos al tercero en discordia, aniquilando sus ilusiones. En resumen, destrozamos cualquier atisbo de esperanza porque de esta progresión lineal conocemos el inicio y el final y los demás están en medio. Quien se aleja de nosotros vive y quien se une, fracasa. Apestamos a objetividad y vamos sembrando el camino de la realidad para que nadie tropiece, para que todos sigan con sus ilusorias vidas.
En esta vereda de falsas apariencias del primer mundo impera la ilusión. Y no es la ilusión por la vida, sino el truco del ilusionista que os maneja y os vuelve inconscientes, pero felices.
A nosotros no nos la dan con queso ni con la mierda que removemos a diario para dejarla sigilosa y ordenadamente preparada para el día siguiente. Es nuestro cometido y lo cumplimos, lo sabemos todo.
Ya os hemos abierto los ojos, ahora tapad el nicho.
(*)Publicado bajo el pseudónimo de EK en el Boletín de la Cancillería el 30/06/2007.
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