13 Ago Decadencia
Me gusta la decadencia, o mejor dicho, el encanto que la envuelve. Porque no hay decadencia sin belleza y lo que alguna vez fue bello, estético, útil, práctico, eficiente o simplemente resultón, deja de serlo y se convierte en otra cosa, se transforma o se transmuta hacia un estado en el que nadie quiere estar ni verse reflejado. Y la alejamos de nuestra vista y de nuestras vidas, como si estorbara o no existiera. O en el peor de los casos la queremos alterar o eliminar, triste afán el de querer controlarlo todo. El estado decadente es el espejo de nuestros actos y el fin último de las cosas. No hay que desdeñarlo ni juzgarlo por haber sucumbido a la inevitable erosión natural o a la no menos evitable desidia del hombre. La decrepitud no se queja, no quiere ser entendida, yo la observo y la interpreto tan subjetivamente como la mano del hombre que la desencadena.
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